lunes, 3 de noviembre de 2008

LUZ SIEMPRE LUZ I


Por A. Becquer Casaballe


La luz es lo que le otorga carácter a la fotografía, al tiempo que le da razón de ser. Puede engrandecer una situación vulgar o cotidiana al proporcionarle un fuerte contenido estético e, incluso, psicológico, en aquello que denominamos “clima”, o estropearlo todo por su extrema dureza, suavidad o, simplemente, por provenir de lado equivocado.


Luces y sombras, tonalidades, color, remiten a la fotografía como medio de representación y de creación, que va desde la abstracción pura hasta la objetividad de las fotos científicas.

Por ello el fotógrafo, además de conocer las propiedades físicas que se refieren a su composición (o balance) que se expresa en la temperatura color, intensidad, concentración o difusión, debe comprender su calidad en términos generales que, de alguna manera, es la suma de todos los elementos antes mencionados.



Todos los grandes fotógrafos, desde los paisajistas y retratistas hasta los fotoperiodistas que han hecho historia, saben que la luz es el componente esencial de sus fotografías, no sólo por el hecho de que sin luz no existe la posibilidad de impresionar el material sensible, así se trate de una película o de un captor, sino porque constituye el elemento que le da una dimensión estética al tema. Hay quienes se expresan con fuertes contrastes como se aprecia en la obra de Mario Giacomelli, Ralph Gibson o Robert Frank, o en matices con una transición de gran suavidad como vemos en Mario Cravo Neto, Man Ray o Imogen Cunningham.

W. Eugene Smith, uno de los fotoperiodistas más creativos de la historia y de un gran compromiso humanista, no eludía los temas técnicos y de realización que hacen a la fotografía —como si sucede, en cambio, con muchos aprendices de artistas—, ya que le gustaba explicar su manera de trabajar.


De la luz solar directa dijo: “el sol es con frecuencia enemigo de la deseada composición y contenido fotográfico; el sol es un destructor de zonas de sombras ... La belleza, la fealdad, los perfiles del paisaje e incluso la misma obra del hombre resultan, en mi opinión, enriquecidas en sus valores pictóricos por la luz mortecina del crepúsculo o por la débil iluminación del amanecer. Esta ha sido mi experiencia personal; al viajar a esas horas se aprecia un lujo de formas que danzan en la superficie del paisaje, dándole vida en un juego rítmico, aún a las ramas más sombreadas”.
Lo que dice Smith en cine se denomina “la hora mágica”. Es el momento en que el sol comienza a desaparecer detrás del horizonte y el cielo actúa como una gigantesca pantalla reflectora durante unos minutos, dando la oportunidad de realizar imágenes muy expresivas.

El director de cine alemán Werner Herzog, en muchas de sus películas (“Aguirre, la ira de Dios, “El enigma de Gaspar Hauser”, “Nosferatu, fantasma de la noche” o “Fitzcarraldo”), da lecciones excepcionales del uso de la “hora mágica” en ambientes naturales.

Eugene Atget solía hacer sus fotografías de París muy temprano por la mañana, cuando prácticamente no habían personas en las calles y el clima, por cierto mágico, de la luz sobre las fachadas de los edificios y las calles, le permitieron construir un imaginario visual de gran belleza.
Lo cierto es que desde el crepúsculo hasta las primeras horas del día, o en el atardecer hasta el crepúsculo vespertino, las condiciones en general de la luz natural resultan ser las más apropiadas. En zonas de montañas y en ciudades que se encuentran en valles, tales factores deben ser tenidos en cuenta, ya que se queda inmerso en la proyección de las sombras de diferente manera. Cada zona es por lo tanto de una particularidad que no es posible generalizar en base a fórmulas o esquemas preconcebidos.

Es diferente la luz en las ciudades de Europa Central, por ejemplo, que en las de la Patagonia o del sur de los Estados Unidos y de México. En nuestro país existen sustanciales diferencias de una región a la otra y según la época del año, lo cual hace que siempre se pueda fotografiar un mismo tema de una manera distinta. Las tonalidades, los colores, volúmenes y formas plantean desafíos constantes.
De ahí que la paciencia, la observación profunda de todos los elementos, el cálculo de dónde comenzarán las sombras a cubrir un determinado espacio y desde dónde lo harán, constituyan los elementos que el fotógrafo de paisajes y de escenas de lo cotidiano al aire libre debe tener en cuenta. Para ello, el conocimiento del lugar es fundamental. No se puede llegar a un sitio, apuntar con la cámara y comenzar a sacar fotografías al estilo de las hordas de turistas que descienden de los micros y a las cuales se les permite permanecer el tiempo que el guía hace un breve relato. Por eso, las excursiones siempre atentan contra la calidad fotográfica, debiéndonos remitir a aquello de que “el fotógrafo es un cazador solitario” dicho por Robert Capa.


El fotógrafo debe ser un observador meticuloso y sensible, pero también estudioso de las condiciones y particularidades de cada zona. Debe también entenderse que no todo es fotografiable en cualquier momento, es decir, que las fotografías no surgen de manera forzada sino cuando se produce una sólida comunión entre la escena y sus circunstancias y quien mira.

Nota: Las citas textuales de W. Eugene Smith han sido tomadas de un artículo publicado en la revista “Fotografía Popular”, editada en Cuba, que era la versión en castellano de “Popular Photography”. El autor del reportaje es Arthur Goldsmith.

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